La performance como lenguaje. Bartolomé Ferrando

La performance como lenguaje
Bartolomé Ferrando

El carácter impreciso del término inglés performance, cuya traducción directa abarca por igual los significados de actuación y de representación, entre otros más alejados de lo que con ello queremos designar, exige cierta revisión, dada la extendida expansión actual de la palabra que en este escrito comentamos.

Atendiendo a los dos significados subrayados, sería preciso, en este caso, dejar de lado el concepto de representación que nada tiene que ver con la práctica artística a la que con estas líneas nos referimos.

No se trata pues de representar, reproducir o de imitar nada. El término de representación perdió su vigencia hace ya tiempo, en cuanto a su posible aplicación a cualesquiera tipo de práctica de arte actual. No en vano los teóricos transvanguardistas evitaban la utilización de esta palabra en sus escritos o la negaban tan radicalmente que, al hacerlo, subrayaban ciertos aspectos sospechosos y propios de este reciente y ya caduco ejercicio. La representación, dejémoslo claro, que se manifestó en el arte realista y en el impresionismo, dejó de ser aplicable a la práctica de arte en el cubismo y dadaísmo, pues ya por entonces se exigía que éstos llevaran en sí mismos el germen de un cierto proceso de transformación de la realidad y no anularan el sentido del deseo, ausente en el carácter mimético de lo representado.

Entendemos por performance la realización de una o varias acciones o actos en presencia de un público al cual, a diferencia de lo que ocurría en el happening, no se le pide que participe físicamente en él. La participación se producirá mental y sensiblemente, cuando la percepción del receptor se mantenga abierta o activa; cuando la lectura del proceso no quede reducida al mero gesto de tragar, de engullir lo presentado. No sucede pues ningún tipo de intercambio con el performer. El receptor escucha, ve, siente y percibe desde otro lugar, en otro punto, aquello que se muestra, que se manifiesta, que se expone. Se crea pues una distancia, una separación entre performer y receptor, que ayuda a éste a una individualizada reflexión sobre lo observado, a un enfrentamiento con su propia manera de ver. Se quiere por tanto emplazar al individuo en un entorno específico, allí donde se encuentra, a fin de mostrarle, con otro lenguaje, algo todavía por descifrar que quizá podría influir en su personal modo de escuchar, de sentir o de hacer porque la performance, contrariando al happening, es en sí misma un regreso al espacio interior, es un intento de desvelar lo que no ha sido manifestado en la superficie, a fin de mostrar lo no visible, lo irracional, el hueco de lo oculto.

Herederos e influenciados por el futurismo, dadaísmo y la action painting, el arte de la performance surgió, paralelo en el tiempo, a las manifestaciones de arte ambiental e instalaciones artísticas y próximo a las prácticas de arte conceptual. Los iniciales ejercicios de John Fox y su grupo fueron continuados y enrique­cidos por Robert Filliou, Jochen Gerz, Gina Pane, Otto Mühl, Joseph Beuys, Hermán Nitsch y Dieter Appelt, y seguidos en nuestro país por Jordi Benito, Pere Noguera, Concha Jerez y Nacho Criado entre otros.

Lo que la performance nos muestra no es encasillable en una de las ramas específicas del arte. Su práctica tiene o puede tener correspondencias con el teatro, la música, la danza, la plástica y la voz, como elemen­tos independientes capaces de ser tomados o dejados de lado según se acomoden o no a la práctica concreta que se manifiesta. Si bien en algún caso hallamos un ejercicio próximo a la danza y al cuerpo, en otros, la manifestación oral, la utilización del color, el uso de materiales moldeables y transformables o el empleo de estructuras para-escultóricas es mucho más paten­te. Lo que en cualquier caso deberá ser tomado en consideración es el proceso de desarrollo de la acción misma: el hecho del desplazamiento de uno o varios personajes de un punto a otro del espacio añadido a la transformación que ello conlleva; la modificación de cierta estructura; el juego de alternancias que la voz y el sonido registran; el cambio que se produce en un objeto, en un cuerpo o en aquella materia informe amontonada intencionadamente en algún lugar pre­ciso de la sala, cuya dispersión o reordenación no tar­dará en producirse. La dimensión temporal no es pre­visible. La acción podrá durar tan sólo un instante o alargar su transcurso más allá de lo esperado. Nada queda predicho. Lo importante es su propio latido, su personal cadencia, su suceder efímero integrado a un espacio condicionante y determinante pero pro­gresivamente transformado, modificado por el/los cuerpo/s que lo invaden y ocupan. El lenguaje del gesto habla con un sinfín de voces. La mudez enmu­dece.

En esencia la performance es un acto único realizado en un entorno de cuyas características se ha apropiado y al que los bordes de un tiempo irrepetible, abrazan. Su sentido deberá ser extraído por el recep­tor en base a la reunificación de los elementos expues­tos. El hilván se hace necesario. La performance es un guiño. El ojo no ríe, sonríe.


Bartolom
é Ferrando
bartferrando@yahoo.es
www.bferrando.net